Herencia genética y herencia familiar

Cuando las mismas actitudes, trastornos o enfermedades se repiten en varios miembros de una familia, se les suelen atribuir una base hereditaria. Solemos considerar hereditario sólo a lo genético. Nos olvidamos de una parte muy importante que también heredamos: la dinámica de nuestro sistema familiar.


Gracias a la mirada microscópica, hemos llegado a comprender el funcionamiento genético a nivel molecular. Los genes son una secuencia de nucleótidos que forman parte del ADN. Contienen la información necesaria para la síntesis de moléculas capaces de llevar a cabo procesos específicos en el organismo, tanto estructurales como funcionales. Los genes son por tanto, elementos estáticos. La existencia de determinado gen es una predisposición para que se puedan producir sus efectos. Pero quien los lleva a cabo es un proceso dinámico de expresión genética, en el que intervienen moléculas de ARN, que actúan de intermediarias entre el ADN y las nuevas proteínas que sintetizan.

Sin embargo, esta mirada microscópica deja fuera de nuestro campo de visión una gran parte de los elementos que intervienen en este proceso. Si ampliamos la mirada, podremos contemplar que hay millones de células expresando simultáneamente una parte de su información genética, y que el organismo en su conjunto, está en permanente relación con su contexto exterior. Todo ello forma parte inseparable del proceso dinámico que es la vida.

La herencia genética determina las primeras fases de la formación estructural del organismo. Pero, a medida que el nuevo ser se va desarrollando, van entrando en juego sus capacidades funcionales. Va siendo más receptivo a los estímulos del entorno, con un nivel creciente de complejidad: molecular, celular, sensorial, emocional, cognitivo etc. De este modo, los procesos fisiológicos de desarrollo embrionario están siendo influidos por la interacción dinámica con la madre y, a través de ella, con el medio con el que esta se relaciona.

Cuando nacemos, el cerebro y el sistema nervioso aún no están completamente desarrollados. Durante los primeros años de vida, los procesos de desarrollo estructural van acompañados de la influencia de la dinámica familiar.

Desde antes de nacer, la familia determina el espacio que vamos a ocupar en ella. Este se construye a base de expectativas, creencias y admoniciones. Durante la infancia, nuestro desarrollo biológico se produce en estrecha relación con la herencia familiar. La imitación de modelos, el trato que recibimos, la forma de mirar el mundo y a nosotros mismos va formando parte de lo que somos. Heredamos así los patrones de comportamiento de nuestros padres y actuamos con los mismos personajes arquetípicos que van transmitiéndose en la familia de generación en generación.

A medida que vamos creciendo, aprendemos a ser como en la familia se espera que seamos. Así, poco a poco, sin darnos cuenta, vamos siendo arrastrados por la misma inercia que arrastró a nuestros padres, a nuestros abuelos y a todos nuestros antepasados. Hasta el punto de que para ser aceptado por los nuestros, creemos que tenemos que seguir mirando la vida como ellos esperan que la veamos, sin tener en cuenta las consecuencias ni las posibilidades de que algo pueda cambiar.

Cuando las mismas actitudes, enfermedades o trastornos se repiten en varios miembros de una familia, atribuirlo a una causa exclusivamente genética se convierte muchas veces en una excusa para continuar cómodamente instalado en la inercia familiar. Asumir que lo que sucede en una familia es inexorable, es dejar pasar una oportunidad de cuestionarnos cómo estamos viviendo nuestra propia vida. Es un modo de intentar dejar a salvo nuestra responsabilidad en lo que nos sucede. Pero también es una forma de no plantearse que la vida se puede afrontar de una forma distinta.

Una parte de nuestro proceso vital viene escrito en los genes. Nacemos con una predisposición genética. Pero hay una gran parte aprendida, que podemos transformar. Lo que sucede en nuestra vida no está al margen de nuestra forma de vivir. El mayor condicionamiento no viene de fuera, sino de los patrones familiares que silenciosamente, fueron moldeando nuestra estructura interior. Salir de la inercia no es fácil. Requiere poner más conciencia en cómo estamos afrontado la vida y sobre todo, estar dispuestos a cuestionarnos a nosotros mismos y a la herencia que hemos recibido de nuestro sistema familiar.


Imagen: TecnoTemas

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola José, gracias por tus escritos. Creo que la carga genética es tan importante como la psicológica o emocional. Pero también es muy importante la que adquirimos en nuestras relaciones de infancia y adolescencia. El sentirnos unidos o integrados en un grupo al que importamos y que a la vez nos importa y nos ayuda a madurar, es lo que va a crear nuestra personalidad (por supuesto siempre cambiante y dependiendo de las circunstancias).
Creo que la familia tiene un papel necesario e imprescindible en nuestra formación, pero también lo tienen: la escuela, los amigos, las relaciones circunstanciales...
Creo que a los genes, si no se les recuerda que están ahí... (si se vive en circuntancias distintas a las del nacimiento)podría "modificárseles" sin grandes complicaciones.
No sé, quizás sea un error, pero... es lo que pienso. Gracias por estar ahí. Saludos

José Gómez dijo...

Muchas gracias por tus comentarios, Anónimo.

Yo también creo que todas nuestras relaciones participan de ese proceso dinámico que menciono en el texto. La familia es el grupo primario de pertenencia y lo que aprendemos en ella, sobre todo en la relación con los padres, es la base sobre la que construimos el resto de nuestras relaciones. En ellas solemos repetir la inercia que aprendimos en la relación familiar.

Desde una visión holística, el organismo es una unidad. La predisposición genética y nuestro modo de relacionarnos con los demás y con las circunstancias vitales están interrelacionados. Si “algo” influye en el funcionamiento genético y genera problemas, cabría la posibilidad de que pueda hacerlo en otro momento y en sentido inverso: para resolverlos. Todo depende, en gran medida, del nivel de conciencia con el que afrontemos la vida.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Hola José: el nivel de conciencia... sí, todo depende del nivel de conciencia. Y de las posibilidades...oportunidades... que tengamos de adquirir un buen nivel de conciencia.
Como dice Juan: "que no sea fácil, no quiere decir que sea imposible".
Gracias de nuevo y un saludo

José Gómez dijo...

Gracias de nuevo, Anónimo. Aunque ya no me resultas tan “anónimo/a”. Ahora siento mucho tu cercanía, y creo que estamos en profunda sintonía.
No es fácil. No es imposible. Merece la pena recordarlo, para volver a intentarlo. Sin exigencia y sin demora. Hasta donde cada uno pueda llegar. Voluntad de ver. Aprovechar cualquier ocasión para tener más sabiduría. Saber leer la vida entre líneas, para descubrir que tras cada circunstancia adversa, se esconde una nueva oportunidad, una nueva enseñanza. Voluntad de sanar. Con la mente abierta a todas las posibilidades. Y cuando parezca que todo está hecho, permanecer en paz, sabiendo que la compasión está haciendo muy bien su trabajo. Dejar espacio en el silencio, para que la conciencia se haga más presente. La conciencia sabe.
Simplemente, voluntad de ver, voluntad de sanar, más conciencia... Eso es todo.
Un fuerte abrazo.

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