La apasionante búsqueda de sí mismo

Un día, harto de contrariedades y problemas, decidió cambiar su recorrido habitual y adentrarse en la montaña. Fascinado con el nuevo paisaje, deambuló de acá para allá, intentando olvidar de dónde venía. En realidad, no sabía muy bien adónde ir y empezó incluso a dudar de quién era. Finalmente, reconoció que se había perdido.



Decidió buscar a alguien que le ayudara a encontrar de nuevo su camino. Y lo encontró. Conocía la montaña con detalle. Sabía qué zonas podían transitarse con tranquilidad y cuáles requerían llevar cuidado; qué caminos llevaban a salir de la montaña y cuáles otros, a adentrarse aún más en ella.

Era tal su desesperación, que esperaba que pudiera decirle de dónde venia, por dónde se iba a su destino e incluso quién era. Sin embargo, le sorprendió comprobar que lo único que sabía de él es lo que había mostrado de sí mismo: que era un caminante perdido. No podía señalarle cómo ir a su destino mientras él no supiera dónde iba. Tampoco podía orientarle hacia el lugar de donde venía, pues no recordaba cuál era. Sólo podía acompañarle durante su travesía por la montaña.

Decidió quedarse junto a él. Caminando juntos, empezó a recordar cómo llegó hasta allí. El único que lo sabía era él. Algo pasaba en su vida para que decidiera salir de su camino. Pero se metió en un territorio desconocido, en el que acabó más perdido. Quería que su acompañante le dijera ya cómo salir de ahí cuanto antes, pero aún no sabía en qué dirección. En el fondo, le seguía fascinando la montaña y prefería continuar dando vueltas y vueltas, con tal de no salir realmente de ella. Le daba miedo regresar. Esta era la paradoja que le mantenía desorientado.

Junto a él empezó a reconocer sus habilidades para atravesar por los lugares más difíciles. Él le acompañaba, le escuchaba, le apoyaba, le ayudaba a sentirse protegido, a encontrar alimento durante el recorrido, a beber de las mejores fuentes y a reconocerse al verse reflejado en ellas. Le enseñó a conocer la montaña en la que se había metido. Pero no para quedarse en ella, sino para que juntos pudieran encontrar la salida. No cualquier salida, sino la suya. Sólo él podía saber cuál era.

La salida estaba justo por donde entró. En el fondo, lo sabía, pero le costaba mucho admitirlo. A medida que iba recorriendo el camino en sentido inverso, fue comprendiendo lo que le hizo alejarse de su vida y de sí mismo. Cuando la niebla le impedía ver más allá de cinco metros, se quedaba paralizado, esperando tener más visibilidad. Pero pronto aprendió que si avanzaba esos cinco metros, podía ver otros cinco más por delante.

Aprendió a reconocer y potenciar sus capacidades. A aceptar sus límites. Aprendió a diferenciar entre lo que es, lo que fue y lo que será. Recuperó su habilidad para orientarse por si mismo. Su sensibilidad para saber lo que necesitaba. Su energía, para poner en marcha los recursos necesarios para obtenerlo y su humildad, para pedir ayuda cuando no dispusiera de ellos.

Junto a él aprendió lo valioso que es ser sincero con uno mismo, a no engañarse, a no creerse que era más de lo que era, ni menos de lo que era. Aprendió a reconocer lo que sentía, en lugar de quedarse atrapado en un torbellino de emociones. Aprendió lo valioso que es pensar con coherencia, en lugar de hacer largos discursos consigo mismo, vacíos de contenido, que le mantenían en una confusión permanente. Aprendió lo valioso que es sentir y pensar lo que hacía, pensar y hacer lo que sentía, hacer y sentir lo que pensaba. Aprendió a estar en contacto consigo mismo.

Cuando no recibía lo que esperaba, podía darse cuenta de que lo tenía todo. Cuando no respondía a sus preguntas, encontró sus propias respuestas dentro de sí mismo. No le dijo quién era y aprendió a conocerse a si mismo. No le dijo por dónde tenía que ir y aprendió a reconocer su propio camino. No le dijo lo que tenía que sentir y aprendió a contactar con lo que sentía. No le dijo lo que tenía que hacer y aprendió a actuar con arreglo a sus propios criterios. No le dijo lo que tenía que pensar y aprendió a ordenar sus ideas. No evaluó sus objetivos y aprendió a reconocer qué objetivos eran realistas.

Junto a él comprendió que su destino era llegar a sí mismo. Aprendió que el maestro que llevaba toda la vida buscando era él mismo. Pero se había olvidado de ello. Tan sólo le ayudó a mirar donde no miraba, para que pudiera ver lo que no veía. Aprendió a darse cuenta. Aprendió a ser lo que era, a aceptarse tal y como era. Aunque le costó, aprendió a perdonar y recuperó su capacidad de amar.

Entonces, comprendió que ni el camino ni la montaña eran el problema. Empezó a sentirse capaz de asumir los riesgos que estaba preparado para asumir y, en lugar de acomodarse, emprender los nuevos retos que estaba preparado para emprender. Se sintió preparado para regresar al punto de donde huyó y para afrontar lo que no supo cómo afrontar. Ahora podía tomar las decisiones que en su día no tomó, asumir las consecuencias de las decisiones que tomó y corregir los errores que cometió.

Nada había cambiado. Simplemente, ahora tenía más conciencia de sí mismo, de los demás y de la vida. Había emprendido la apasionante búsqueda de sí mismo. Por eso, su vida se transformó.
 

4 comentarios:

Silvia dijo...

AMIGA: ME GUSTO MUCHO TU ENTRADA .PARA PENSAR..
GRACIAS
BESOTES♥
SILVIA CLOUD

José Gómez dijo...

Gracias, Silvia.
Me alegro de que te haya gustado.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Gracias, una bella historia que seguramente utilizaré para mi camino y cuando lo recorra y al final, ya he encontrado respuestas y eso es gratificante y también para mis estudiantes

José Gómez dijo...

Gracias, Anónimo.
Me alegro de que el recorrido por tu camino te esté resultando gratificante. Disfruta del paisaje y de la compañía.
Un abrazo.

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